Llevábamos tiempo quejándonos de que el otoño había desaparecido del calendario, pero este año estamos viviendo uno en condiciones. Es cierto que todavía no hace frío, lo que nos impide disfrutar de los árboles pintados de amarillo y naranja. Aunque por lo demás el viento y la lluvia han sido fieles a su cita.
Por una parte es un poco rollo, ya que nos habíamos habituado a vivir al sol y en camiseta casi hasta Navidad. Pero, por otro lado, da gusto ver cómo el campo se ha cargado de agua, cómo bajan los arroyos y cómo se hace realidad eso de que el otoño es la primavera del invierno.
Las zapatillas no se terminan de secar de un día para otro y, en cuanto salgo a correr, en seguida vuelvo a tener que vadear charcos y surcar torrentes por lo que antes eran senderos resecos. Raro es el día en el que el viento no trae lluvia fina (o gruesa) desde el oeste. Pero a pesar de todo, o precisamente por eso, estoy disfrutando mucho de esta estación que parece nos viene regalada por un Niño especialmente supervitaminado y mineralizado.
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