Hace ya un par de meses que me quedé solo en mis salidas al trote. A mi vieja compañera le pesa ya la edad, y prefiere los paseos más tranquilos en los que corretea a su gusto, sin tener que depender del ritmo que yo pongo.
He perdido mucho, porque lo mejor después de correr en soledad es hacerlo acompañado de un perro que disfrute de la excursión tanto como tú. Pero, como en casi todo en la vida, también he ganado algunas cosas. Por ejemplo, seguir caminos por los que antes casi no triscaba.
La frontera de mis recorridos quedaba marcada por la carretera, al no querer cruzarla con ella. Ahora puedo correr por el más allá, ampliando los paisajes de mis salidas al alba. Mi círculo de recorridos ya está abierto.
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