Todos los bosques, todos los valles, todas las montañas... todo el campo está lleno de fantasmas. Seres a los que casi nunca podemos ver, pero que, como diría un gallego acerca de las meigas, vaya que si existen.
Normalmente sabemos de ellos por las señales que dejan a su paso, más que por encontrarlos al paso. Son tan enigmáticos que de muchos no sabemos ni el nombre, o ignoramos si están o no a nuestro alrededor.
Me han llevado a pensar en ello los dos zorros que he visto correteando esta semana durante mis recorridos. El zorro no es un fantasma, pero nos sabe eludir tan bien que puedo contar con los dedos de una mano nuestros encuentros (de ahí lo excepcional de estos últimos días). A los fantasmas de verdad no los he visto nunca.
Sé que en estos montes viven tejones porque he encontrado sus huellas alguna vez impresas en la nieve. Los erizos también han confirmado su presencia, aunque de una forma tan habitual como lastimosa, al ser muchas veces atropellados en las carreteras. Otros sólo los puedo intuir, pero nada me asegura su presencia. ¿Habrá ginetas correteando de noche entre las encinas? ¿Lirones? ¿comadrejas? Son esos los fantasmas que le dan todavía más magia al campo de la que ya tiene.
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