De Almería a La Coruña, ida y vuelta. O un tour de Francia. Eso es lo
que he corrido a lo largo del año. Más de nueve días enteros, si sumáramos
todas las horas. Tiempo perdido para muchos. Pero para mí, han sido algunos de
los mejores momentos de 2013.
Correr por el campo a lo largo de un año te permite vivir de cerca los
cambios en la naturaleza. Ver como la luna va cambiando de fase. Como brota la
hierba y el campo se llena de flores. Sufrir bajo el sol de verano y con el
viento helado del invierno. Disfrutar de una tormenta de primavera. Sentirte
vivo.
Correr cerca de casa te hace ver las cosas de otra manera. Los lugares
cotidianos adquieren un nuevo sentido. Las cuestas, las montañas o los bosques
se nos hacen más cercanos. Y cuando vamos en coche miramos a veces el paisaje
buscando los caminos que seguiríamos si fuéramos corriendo.
Correr cuando viajamos nos permite, además, conocer nuevos territorios
de una forma más cercana y directa. Todo se aprecia más cuando se sufre un poco
para conseguirlo. Permanecer tumbado en una playa nos deja menos huella que dar
un paseo por la costa o echar una carrera hasta el faro. Y lo mismo vale para
montañas o ciudades lejanas.
Hay muchas razones para seguir corriendo durante años.
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