Hay veces en las que el cuerpo nos falla por todos lados, y enlazamos un dolor con un quejido como si nos hubiera caducado la garantía. En mi caso, llevo un mes encadenando males variados que me han dejado tumbado y renqueante. Así que hoy, cuando me he lanzado de nuevo a correr, las piernas y los pulmones no estaban para excesos. Lo máximo que he podido hacer ha sido ir al trotecillo lento.
Desde los primeros metros he notado el cuerpo flojo de verdad. Los músculos se han declarado en huelga (o se han ido de vacaciones), las articulaciones estaban tiesas y la respiración parecía casi un nuevo palo del cante jondo. Además, el calor no ayudaba nada.
Cuando dejé de correr hace un mes todavía estábamos en primavera. Tanto por el calendario, como por el tiempo que hacía. Y en el campo había aún muchas matas floridas y hermosas. Ahora ya estamos en verano en todos los sentidos. A las ocho de la mañana el sol pega ya fuerte. Y las plantas y caminos están secos y polvorientos.
Tan sólo quedan las siemprevivas para alegrar un poco la vista, con sus cabezuelas amarillas, y el olfato, con ese olor tan característico que tienen. Y alguna clavelina escondida entre las piedras.
Pero lo importante no eran ni la velocidad (ausente), ni las flores (escasas). Lo que de verdad me alegraba, a pesar del cansancio y el calor, era poder estar corriendo de nuevo. Algo que sabe de verdad cualquier aficionado a esto del trote por amor al trote.
14,73 km (9,15 millas)
320 m
1h 46 min (8,34 Km/h)
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