Si no tiene nombre, debería tenerlo. Es ese momento al principio de la primavera en que el tiempo se vuelve loco. Como alguien que rebusca deprisa en un cajón y va sacando todo lo que encuentra: sol, frío, niebla, granizo, viento, nieve, lluvia, calor... Por algo dicen que marzo es el mes más tronado del año.
Así, esta semana hemos tenido un poco de cada cosa. Pasando del calor veraniego al frío del invierno en cuestión de horas. Y con todos los aderezos incluidos. Tan sólo han faltado inundaciones, tornados y tormentas eléctricas. Pero todo se andará.
Por eso, mis carreras por el monte estos días han sido de lo más entretenidas. Disfrutando ya del principio de la segunda ola de flores primaverales (cantuesos, altramuces, jaras, linarias, jaramagos...). Sudando la gota gorda el martes y terminando congelado el jueves.
De hecho, el viernes he decidido tomármelo de reposo. Porque, aunque cuando ya estoy trotando por el campo nunca me arrepiento de haber salido, lo cierto es que los días con frío, niebla y granizo me cuesta un poco ponerme en marcha. Delicado que es uno.
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