Hace tiempo que no salía a correr al atardecer. Y puede que sea porque mi cuerpo ya no está acostumbrado a trotar a esas horas, o por los kilómetros que he acumulado esta semana, pero lo cierto es que he terminado realmente cansado.
Y eso que el recorrido era realmente un paseo fácil y sencillo. Con una subida ligera remontando el valle del Peregrinos, y una cuesta corta para trepar al cerro de la Lechuza. Afortunadamente no me había fijado cotas mayores.
La tarde era además perfecta para correr. Con el sol alargando las sombras y nada de calor. Con el campo que nota ya la falta de agua, pero sin estar reseco y polvoriento. Y con algunas flores preparando ya la tercera ola de la primavera. Como las peonías.
Es decir, todo era perfecto para disfrutar sin problemas de un par de horas al trotecillo lento. Lo bueno es que he disfrutado de verdad. Lo malo es que no ha sido sin problemas.
A estas alturas de mi larga carrera como corredor lentorro, ya sé que si las piernas van mal, lo mejor es reducir un poco la marcha. Porque aunque a veces parezca que no se puede ir más despacio, lo cierto es que yo puedo emular a la tortuga de Aquiles y estirar el tiempo todo lo que haga falta. Hasta conseguir la velocidad de avance de un glaciar.
1h 54 min
No hay comentarios :
Publicar un comentario