Hay gente que prefiere correr en soledad para preparar al milímetro su forma. Son pocos. O profesionales, o talibanes que quieren apurar unas décimas sus récords personales. Pero para el común de los mortales, elegir el correr en solitario o acompañados depende más de la oportunidad o de la forma de ser de cada uno.
Las dos opciones tienen sus ventajas y beneficios. Que se anulan mutuamente cuando las miramos desde el otro lado. Disfrutar de la amistad, charlar sobre lo divino y lo humano, compartir el cansancio y los buenos momentos, estrechar lazos con otras personas... O bien, poder estar un rato pensando tranquilamente en nuestros asuntos, analizar las cosas con calma, recrearnos en un momento de soledad dándole la vuelta a un problema o recordando vivencias del pasado.
Nuestra forma de ser y la hora en la que corremos nos impulsan hacia una de las dos opciones. En mi caso, los dos factores se alinean para que casi siempre corra solo. Aunque en estas últimas semanas he podido disfrutar de una forma especial de correr acompañado. Trotar con mi perro.
Con la precaución de hacerlo siempre a primera hora del día, cuando la temperatura es algo más fresca, y recortando los recorridos para que pasen mucho de la hora. Porque mientras yo sigo el sendero, ella se dedica a perseguir conejos y a investigar todo tipo de olores, multiplicando los kilómetros que yo hago.
Quizás correr junto a nuestro perro sea la única manera de aunar en una misma carrera las virtudes de trotar sólo y las de hacerlo en buena compañía.
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