Esta semana me ha costado más salir a correr temprano. Y no por el calor precisamente. De hecho, la temperatura al amanecer era perfecta para trotar. Pero había algo más en el ambiente que me echaba para atrás: el viento.
Desde pequeño he odiado esos días en los que el aire se pone violento y descerebrado. Una brisa floja nos gusta a todos, pero esas ráfagas de vendabal que parecen querer arrancarnos del suelo me superan. Para mi el viento es el equivalente en el campo al ruido en las grandes ciudades. Un poco le da personalidad al ambiente. Mucho te vuelve loco.
Así que sólo he dado un par de vuelta por Hoyo estos últimos días. Alrededor del pueblo la primera y por la zona de las Colinas la segunda. Una forma de volver a cogerle el punto al territorio después de tenerlo abandonado durante unos cuantos meses.
Y lo cierto es que he observado pocos cambios. Tras las podas profundas y las limpias que hicieron los forestales en los bordes de algunos caminos, todo ha quedado como estaba. Incluso le ha dado tiempo al campo a recuperarse y cerrar un poco las heridas.
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