El frío mañanero me retuvo en casa la semana pasada. Así que salí a correr tan solo un par de veces, cuando podía aprovechar el sol del mediodía. Pero esta semana he recuperado los buenos hábitos, trotando sobre el suelo escarchado del amanecer.
Realmente a veces cuesta abandonar el calorcillo casero, sobre todo cuando está helando o lloviendo. Pero al final siempre creo que merece la pena. Por el ejercicio y sus endorfinas. Pero más todavía por la experiencia.
Porque la naturaleza tiene muchísimas caras. El mismo paisaje cambia totalmente dependiendo de la estación, la hora del día, las nubes que haya en el cielo, el viento, la temperatura...
El calor, el frío, la humedad o, sobre todo, la luz transforman los
senderos por los que corremos. Por eso, hay que aprovechar el momento y
no dejarlo escapar. Aunque a veces cueste dar el primer paso.
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