Siempre nos han enseñado que en invierno los ritmos de la naturaleza se detienen. Y como todas las ideas simplificadas por los libros de texto, nos las creemos al pie de la letra. Es cierto que la mayor parte de los animales y de las plantas se lo toman con filosofía durante estos meses. Pero el campo no llega a ser nunca una naturaleza muerta.
Cualquier paseo por el monte nos permite descubrir florecillas silvestres durante todos los meses del año. A veces, son sólo ejemplares independientes que siguen su propio ritmo. Marginados que portan en sus genes la variación que a lo mejor supondrá en el futuro la salvación de toda una especie.
En Hoyo, durante estos meses he visto desde humildes violetas, hasta ramos floridos de senecios. Conejillos activos al amanecer. Huellas de ratones en la nieve. Bandadas de rabilargos. Y Milanos parados contra el viento.
No. La naturaleza no se para nunca del todo. Y merece la pena fijarse un poco ahora, que podemos ver las cosas una a una. Porque cuando llegue la primavera, la explosión de vida y movimiento tan sólo nos dejará una impresión borrosa del conjunto.
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