Una salida de esas que dan para mucho. Es lo que tiene estar corriendo toda la mañana por el monte, que los paisajes cambian tanto como las sensaciones que tenemos corriendo durante esas horas. Y hay tiempo para todo.
El plan original era un poco diferente de lo que luego ha sido, pero hay que tener en cuenta que no es lo mismo lo que pensamos mientras estamos tumbados en el sofá, que lo que la realidad nos escupe a la cara cuando estamos ya metidos en faena. Así que ha habido ligeras variaciones. Lo normal.
En teoría, el recorrido constaba de tres partes. Un tramo largo y cómodo hasta el fondo del valle del río Moros. Una segunda parte de ascensión relativamente dura hasta Tirobarra. Y un final al trote por la cuerda de las montañas siguiendo el GR10.
Pero la cosa ha ido al contrario de lo esperado. La parte más sencilla sobre el papel se me ha atragantado de verdad. Y en vez de aprovechar el frescor de la mañana para salir volando, he ido a paso de tortuga por una pista ancha y con un desnivel escaso.
Sin embargo, en la subida hasta el collado de Tirobarra por las canteras del río Moros me he sentido mejor. Y eso que una parte la he tenido que hacer monte a través trepando por canchales de piedras bailarinas. Así que me he encontrado en lo más alto con las piernas fuertes y el ánimo aventurero.
Todo perfecto. O casi. Porque estaba sin agua y tenía todavía un rato largo de vuelta subiendo y bajando montañas. He empezado a rodear el Montón de Trigo confiado en pillar luego agua en un arroyo de los que cruza la pista de la calle alta.
Porque a estas alturas, y con el retraso acumulado, ya daba por perdida la subida a la peña del Águila. Realmente, si conseguía agua, tan sólo tenía que salvar el desnivel de la Peñota. Y corriendo de vuelta a casa.
Pero con lo poco que ha llovido esta primavera, todos los arroyos estaban resecos. Así que sin agua a la vista, lo único que he podido hacer es tirar para alante, pensando que al menos desde lo alto de la Peñota ya todo era cuesta abajo.
Y aunque en teoría sí que casi todo es cuesta abajo, lo cierto es que el cansancio y sobre todo la sed me han obligado a subir andando los pequeños desniveles que todavía tenía hasta el puerto del León.
Una pena, porque el recorrido ha sido realmente precioso. Y aunque me ha costado encontrar el ritmo, al final iba más fuerte de lo que creía. Pero el agua es la gasolina que nos permite aguantar, y si falta cualquier salida se convierte en un suplicio. Más cuando el calor del mediodía aprieta, y estamos en lo alto del monte sin sombras. Una lección más que espero no olvidar (al menos durante las próximas dos semanas): hay que diseñar los recorridos teniendo en cuenta las fuentes.
5h 57 min
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