Ya los cielos nublados de la pasada semana se han transformado en un glorioso veranillo por este sol de mayo. Y todas las nubes que pesaban sobre nuestros campos yacen ahora sepultas en las hondas entrañas del océano.
Ahora están ceñidas nuestras frentes con gorras con visera; nuestros chubasqueros penden de los percheros; nuestras continuas quejas se han trocado en alegres sonrisas; nuestros pesadas zancadas en regocijados saltos.
El duro rostro del corredor lleva pulidas las arrugas de su frente; y ahora, en vez de trotar rezongando para espantar el ánimo de los animalillos del campo, hace ágiles cabriolas por senderillos entre prados, entregándose al placer de recorridos floridos.
Pero yo, que no he sido formado para estos traviesos deportes ni para batir récords; yo, groseramente construido y sin la majestuosa gentileza para pavonearme en la salida de una carrera popular; yo, privado de esta bella proporción, desprovisto de todo técnica por la pérfida Naturaleza; deforme, sin acabar, enviado antes de tiempo a este mundo de carreras; terminado a medias, y eso tan imperfectamente y fuera de la moda, que los perros me ladran cuando paso corriendo ante ellos.
¡Vaya, yo, en estos tiempos afeminados de paz muelle, no hallo delicia en que pasar el tiempo, a no ser trotar en solitario intentando cazar mi sombra al sol, y hago glosas en este blog sobre mis propias carencias!
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