Los días pasan sin novedad. Los campos siguen cubiertos por una alfombra de flores. Sigue el buen tiempo, con sol y con nubes, con viento y a veces con alguna que otra tormenta. Continúan los coros de pájaros defendiendo sus territorios, y poniendo alegría a la vida. Lo único nuevo es la flojera general que a veces lastra mis piernas, como si fuera una especie de astenia primaveral.
A veces salgo al amanecer a trotar y me deslizo de forma fluida (más o menos). Pero últimamente no se puede aplicar demasiado esa metáfora a mi forma de correr. Las piernas me pesan, a los pulmones les falta aire, y a mi cabeza ganas de llegar hasta el horizonte.
Nada grave. Nada que no se pueda resolver atajando los recorridos en días malos, recortando curvas y volviendo a casa más pronto de lo previsto. Quizás lo mejor de no seguir nunca una tabla de entrenamientos (lo mejor de no "entrenar", a secas) sea la libertad para escuchar a nuestro cuerpo cuando pide un poco de clemencia.
Así que llevo combinando últimamente salidas buenas con otras peores. Aunque todo es relativo. Porque esa frase la podría firmar cualquier corredor, en cualquier momento de su vida.
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