La logística familiar y laboral me ha deshilachado mis rutinas estas dos últimas semanas, así que estoy saliendo a correr un poco cuando puedo, y un poco cuando tengo ganas. Gracias a estos cambios, he vuelto a trotar al atardecer, lo que llevaba tiempo sin hacer. Y he podido comprobar una vez más cómo cambian los mismos recorridos de siempre cuando los hacemos a otra hora del día.
Cambios en la luz, a los que hay que añadir diferencias si el cielo está nublado o despejado. Y si además hacemos nuestros recorridos habituales en sentido contrario parece como si estuviéramos corriendo por otros parajes.
Dentro de poco volveré a retomar mis viejas costumbres, pero para entonces el campo va a estar ya empezando a notar el verano. El calor ha llegado para quedarse. Y lo que es peor, la lluvia parece que ha desaparecido. Habrá que acostumbrarse de nuevo a trotar con la lengua fuera y la garganta reseca.
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