Llevo unos días corriendo menos que antes por una pequeña molestia en la planta del pie. Parece ser consecuencia de un simple golpe, pero he preferido tomármelo con calma para evitar males mayores. Así que las salidas han sido más dispersas y a un ritmo más tranquilo.
Siempre he dicho que correr lento te permite ver mejor el paisaje que te rodea, y en primavera no se me ocurre nada más agradable. Porque a veces parece que te faltan ojos para poder abarcar tantos detalles maravillosos. Flores que parecen joyas, pájaros llamándose a voz en grito, conejos fingiendo que se asustan cuando ven que te acercas, piedras de cuarzo y mica brillando al sol, pequeños insectos viviendo su vida a lo loco...
Buenos, de estos últimos lo cierto es que me ha parecido ver menos de lo debido. Porque cuando pasas por praderas cuajadas de flores piensas que debería haber miles de bichillos corriendo y revoloteando entre ellas. Pero la sensación es como la de cruzar una ciudad vacía. Sin vida y sin ruido. Demasiado silencio y poco zumbido. Lo único que empaña una primavera perfecta.
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