A pesar de los muchos años que llevo trotando, es poca la ropa que me he comprado en todo este tiempo. Y mucha menos la que he tenido que terminar tirando. Si no contamos las zapatillas, que esas si que sufren, tan sólo me he tenido que deshacer de calcetines y pantalones cortos.
Todo lo demás sigue en uso, algunas prendas con más de 20 años de vida. Es cierto que lo más viejo ya sólo lo llevo cuanto salgo al amanecer, cuando nadie me ve. Pero aun así lo de correr me ha salido barato con el tiempo.
Este invierno, lo más cochambroso que he estado llevando encima han sido unas zapatillas que usaba sólo cuando el campo estaba encharcado. Eran ya viejas hace unos años, cuando les hice la operación tornillo, pero han terminado convirtiéndose en unas zapatillas zombies: encontrando algo de vida después de la muerte. Hasta hoy, que he decidido jubilarlas después de haberlo dado todo.
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