Se la suele conocer como cantueso, y lo cierto es que este especie de lavanda que adorna el paisaje en abril y mayo siempre me recuerda a mi infancia. En mi memoria siguen pintadas mis exploraciones campestres con estas pequeñas matas cubiertas por flores moradas. Y recuerdo también su olor concentrado, mucho más intenso que el de las lavandas cultivadas.
Además, estos días en los que el sol aparece a primera hora, muchas veces abriéndose paso entre las nubes, la luz hace brillar como joyas los plumeros que culminan cada ramilla. Unos pétalos que no son realmente pétalos, ya que las minúsculas flores de verdad se agrupan en la cabezuela sobre la que ondean estas tres o cuatro brácteas moradas.
Siempre me ha parecido una forma perfecta de ahorro. En vez de invertir en cada flor, despilfarrando energía a lo loco (como las jaras), el cantueso opta por llamar la atención de los insectos con pocas banderolas para muchas florecillas. Así que lo que para muchos es una planta humilde, para mi es una de las que mejor se adapta al medio en el que crece. Y de las que mejor recuerdo han dejado en mi memoria.
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