lunes, 26 de noviembre de 2012

Agua, comida y sal


Todos los que practicamos deporte durante tiempos prolongados hemos sufrido “pájaras” alguna vez que otra. Para los que no las han sufrido, la sensación es la de ser uno de los conejitos que no llevaban pilas duracel. En un momento dado nos quedamos literalmente sin fuerzas. 

Es muy típico de las etapas de montaña en las grandes vueltas ciclistas. Estás viendo por la televisión a un corredor subiendo uno de los últimos puertos con ritmo ligero y, de pronto, a la vuelta de una curva se queda clavado. Tal cual. No tiene fuerzas ni para bajarse de la bici. Y llega de forma tan repentina que parece un chiste. Perico lo llama “el tío del mazo”.

Lo verdaderamente malo es que, si el esfuerzo continúa, aparecen otros síntomas más fastidiosos: pérdidas de visión, mareos, náuseas… Este es el territorio de las carreras de larga distancia.

Una de las primeras veces que me dio una pájara fue subiendo en bici un puerto del Cantábrico. La solución en ese momento fue doble. Lo primero que hice fue echarme una siestecilla al borde de la carretera. Lo segundo, arrastrarme hasta el siguiente pueblo y meterme en el cuerpo un cocido montañés. Funcionó.

Pero cuando llevas corriendo por el monte unas horas y te da la pájara, no siempre te puedes parar ni encuentras un bar a la vuelta de la esquina. Hay que seguir p’alante como sea. Y es que, aunque ayude la experiencia, no es fácil evitarlas (los ciclistas de la tele sirven de ejemplo).

Según la nutricionista Sunny Blende, el problema en una carrera de larga distancia es que al recargarnos de energía nos movemos por una línea muy fina y resbaladiza. Si no bebemos y comemos lo suficiente, el cuerpo se queda sin energía. Pero si comemos demasiado, el cuerpo utiliza la energía que necesitamos para correr en metabolizar las calorías sobrantes, dejándonos las piernas de plomo.

Los tres errores más habituales que nos llevan a arrastrarnos con la lengua fuera por esos caminos de Dios son: la bebida, la comida y las sales. En pocas palabras, hay que tomar líquidos, alimentos y sales de forma constante a lo largo de la carrera. Y según Sunny, “empezando pronto y no dejar de hacerlo en ningún momento”. Eso sí, con muchas horas de práctica para aprender a escuchar a nuestro cuerpo.

Las numerosas pájaras por las que he pasado, dejan claro lo sordo que estoy en eso de escuchar al cuerpo. Pero al menos algo he aprendido:

Bebida:
Es el elemento que más depende de las condiciones de carrera. La pérdida de agua de nuestro cuerpo no tiene nada que ver un día de agosto o uno de diciembre. En cualquier caso, lo recomendable es beber siempre un par de sorbos cada 20-30 minutos (yo en verano incluyo cada hora una botella de agua de medio litro de una sentada).

Y si la carrera es realmente larga, lo mejor es combinar bebidas isotónicas con agua. En mi caso, después de dos o tres horas ya estoy harto de su sabor entre salado y dulzón, por lo que suelo llevar siempre una botella de agua sola para desengrasar de vez en cuando.

Comida:
Mis peores pájaras las he tenido por salir a correr muchas horas con el estómago relativamente vacío. Comer durante la carrera es fundamental, pero más importante si cabe es llevar el depósito de gasolina bien lleno de salida. Luego le iremos echando cosas por el camino (lo mejor es hacerlo siempre poco a poco y antes de que el cuerpo se agote).

Hace poco leí en el libro de Adharanand Finn Running with the Kenyans que los keniatas no toman nada antes de sus sesiones de entrenamiento matutinas (y sólo un té después). Pero hay que tener en cuenta dos cosas: son atletas de élite y son velocistas. Si, ya sé que corren la maratón. Pero lo hacen a ritmo de velocista. Sus carreras duran poco más de dos horas. Cuando yo corro sólo una hora y media o dos, muchas veces no llevo ni agua. La comida sólo es un factor fundamental en carreras largas.

Sal:
Con la comida y las bebidas isotónicas suele ser suficiente para compensar las pérdidas de sales. Hay quién recomienda llevar complementos o incluso sal de roca. Pero creo que con meter unas galletas saladas (o similares) en la mochila ya vamos bien servidos.


El asunto de qué alimentos prefiero y de las marcas de bebidas isotónicas que llevo en la mochila lo dejaré para más adelante.

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