La primavera ha venido con ganas de cumplir con sus obligaciones. Desde la temperatura templada hasta la mezcla de sol y nubes blancas en el cielo. Con calorcillo al sol y algo de fresco a la sombra. Con brisas del norte o del oeste y algún que otro día de lluvia. Y con el campo explotando por sus costuras.
En marzo empezaron los conciertos de ranas y sapos, y desde primeros de abril se puede escuchar a los autillos al anochecer. Corriendo ayer por la zona del Gasco he comprobado de nuevo que las plantas abren allí sus flores un par de semanas antes que en Hoyo o Torrelodones.
Por el camino he visto campos de jaras floridas, altramuces azules luciendo sus galas, las primeras orquídeas en los senderos cerca del canal e incluso alguna amapola. Además, cuando ya volvía me he cruzado con un diminuto ratoncillo campestre de ojos negros como cabezas de alfiler.
El recorrido ha sido muy parecido al que hago siempre por esta parte del campo. Pero realmente esta época es la que mejor permite entender la exageración de Crátilo cuando decía que ni siquiera podemos pasar una vez por el mismo camino (o río). Todo cambia tan rápidamente en estas fechas que, si estamos un rato parados, nos lo perdemos.
Los que todavía no se han perdido han sido los senderos, pero poco les queda, porque en primavera la hierba crece tanto que a veces es difícil seguir el trazado de un camino. Así que hay que aprovechar ahora para correr campo a través por última vez, porque luego no hay forma de sortear prados salvajes y arbustos desmadrados.
Y en verano será peor. Porque si entonces nos salimos del sendero saldremos con un kilo de pajitas y semillas punzantes clavadas en zapatillas, calcetines o hasta en las mismas piernas. Por eso este es el mejor momento para disfrutar del campo. Sin agobios, ni calores. Y con el espectáculo de la naturaleza creciendo antes nuestros ojos.
1h 45 min
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