Todos hemos oído muchas veces lo fácil que es perderse cuando hay niebla. Pero realmente no nos damos cuenta de ello hasta que somos nosotros mismos los que terminamos muy lejos de donde creíamos que estábamos. Y esta vez no ha sido no en una zona poco conocida y escabrosa, sino en medio de un valle por el que he pasado cientos de veces.
Aunque si hay que perderse, lo mejor es hacerlo en la zona del río Moros. Porque el trazado del valle es muy sencillo: un arroyo por el fondo y una pista rodeándolo todo. Así que realmente es difícil desorientarse mucho. Pero no imposible.
Quizás las cosas se empiezan a torcer la primera vez que pensamos erróneamente que sabemos dónde estamos. A partir de ahí, seguimos un recorrido en nuestra cabeza diferente del real, mientras intentamos que el terreno se corresponda con lo que nosotros creemos.
Pero la realidad es tozuda. Y llega un momento en el que de pronto somos conscientes que hemos perdido el norte (y el sur, y el este y el oeste). En mi caso, para cuando he recuperado la pista principal pensaba que me encontraba en la otra ladera del valle.
Y aunque esta vez no ha sido nada grave, lo cierto es que me puede servir de aviso para evitar problemas serios en el futuro. O no. Porque yo suelo tropezar en la misma piedra todas las veces que haga falta (y unas cuantas más de propina).
Lo bueno ha sido que he podido disfrutar de un bosque de aspecto mágico entre la niebla. Con unos cuantos corzos saltando a mi paso y el sonido de los picos picapinos y los cucos. Una banda sonora perfecta para un día en el monte.
2h 00 min
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