Los más conocidos son los otoñales: el veranillo de San Miguel, o del Membrillo, el de San Martín o, incluso, el de San Andrés. De hecho, en otros idiomas también tienen nombre propio: Indian Summer, Altweibersommer, bablje ljeto, Brittsommar, gypsy summer, pastirma yazi... Pero el que nunca falla es el veranillo de enero.
Porque aunque no tenga nombre y apellidos, casi todos los meses de enero hay unos días en los que el sol brilla, el viento se calma, el frío desaparece y se puede estar en camiseta a mediodía (o disfrutando de la vida sentado en una terraza).
Y esta semana, mientras la mitad de Europa se helaba con el frío ártico, nosotros hemos vivido nuestro pequeño verano. Lo que he agradecido trotando por el monte. Porque aunque estas temperaturas hagan que los enebros y arizónicas suelten nubes amarillas de polen (lo que no vienen muy bien para las alergias), lo cierto es que son perfectas para correr temprano.
Aunque hoy el viento ya ha rolado al norte anunciando el frío perro del invierno. Así que parece que a partir de mañana tendremos que envolvernos bien en nuestras bufandas. Y sacar las mallas largas de invierno para correr. Que en lo que llevamos de temporada tan sólo las he usado un par de días.
Lo que parece que sigue sin venir es la lluvia. O la nieve, que para estas fechas viene a ser lo mismo. Y el caso es que se nota la sequía en el campo. La mayor parte de los arroyos llevan secos muchas semanas. Y las charcas están desapareciendo de un día para otro.
Hace falta que llueva largo y tendido. Y si los próximos días hay que sufrir corriendo con frío, yo la verdad es que preferiría hacerlo también por paisajes nevados. Ya que con el calentamiento global el invierno se nos está quedando poco más de un mes, por lo menos que se vista de todas sus galas durante tan breve tiempo.
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