No sé si es la mejor forma de conocer una ciudad. Seguramente no. Pero cualquier corredor sabe que siempre es agradable echarse un trotecillo cuando estamos de viaje por paisajes desconocidos. En el fondo somos como los chuchos, que necesitamos marcar los territorios nuevos por los que pasamos.
Así que de mi paso por Córdoba me quedará, además del recuerdo de calles, plazuelas, patios, mezquitas, tapas y pasteles rellenos de cabello de ángel, la memoria de una salida al alba por las orillas del Guadalquivir.
Un recorrido en el que buscaba el lado más campestre de la ciudad. Queriendo alejarme de las casas y del asfalto para correr por senderos menos transitados. Pero, aunque lo he disfrutado, no es un recorrido para recomendar.
Más que nada porque el río, como todos los ríos grandes a su paso por zonas habitadas, tiene las orillas llenas de zonas industriales y deprimidas. El campo de verdad queda realmente lejos. Tanto, que sólo lo he podido vislumbrar al final del todo, justo cuando he cruzado el Guadalquivir por un puente de tren para dar la vuelta. Menos mal que a la vuelta me ha recibido el perfil del barrio antiguo asomándose al río con las primeras luces del día.
1h 32 min
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