Sólo la niebla cambia más el paisaje que la nieve. Cuando todo se vuelve blanco, el campo se convierte en una versión diferente de la habitual (al menos por estos pagos). Todo es lo mismo, pero con un vestido nuevo de gala. Con la niebla es otra historia. No disfraza, sino que transforma las cosas hasta hacerlas irreconocibles.
La niebla es algo que muta lo que nos rodea, cambiando la esencia de lo conocido. Paseantes, excursionistas, montañeros, corredores, ciclistas... todos nos hemos despistado alguna vez cuando hemos estado inmersos en las nubes.
Por otra parte, esta mutación que convierte lo habitual en un planeta nuevo y desconocido, nos permite descubrir otras caras de esos paisajes por los que corremos cada día.
Subir una montaña y descubrir que estamos en una isla flotando por encima de un mar lechoso. Entrar en un bosque y sentir que nos sumergimos en un campo de algas. Correr como si nadáramos. Con los ojos abiertos, llenos de luz, pero sin ver nada.
Por eso me gusta la niebla. Porque es como trotar en medio de un sueño. Sin ruido, sin gente y sin problemas en la cabeza. A no ser que te pierdas. Pero esa es otra historia.
No hay comentarios :
Publicar un comentario