Lo bueno de correr para no llegar a ninguna parte es que no hay que entrenar. Por eso, a los que trotamos sólo por el gusto de hacerlo, nos salen sarpullidos cada vez que nos menciona una tabla de sesiones o ejercicios. De hecho, yo el único entrenamiento que hago es el pasivo. Ese que permite que el cuerpo se recupere. Normalmente tumbado en un sofá.
Esta semana, entre el frío y el viento mañaneros, he hecho más entrenamientos pasivos de los habituales. Tan sólo una salida larga el miércoles (disfrutando del sol de la tarde el día más frío del invierno). Y otra cortita el martes por el canto del Pico.
Con una luz al amanecer todavía otoñal. Pudiendo correr en pantalón corto sin mayor problema. Y echando de menos un poco de agua en el campo, porque ya están casi todas las charcas secas. A ver si llega la primavera y terminamos ya con esta farsa.
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