miércoles, 27 de noviembre de 2019

Los caminos del aire

Cuando era pequeño pensaba que el aire se movía de golpe. Una masa compacta que, al convertirse en viento o brisa, se desplazaba como una ola llegando a la orilla. Pero lo cierto es que el aire es mucho más sutil que el agua. Cada ráfaga traza su propio camino, en solitario o en compañía.

Es algo que los corredores notamos siempre en primera persona. Cuando sentimos la caricia de sus dedos. O cuando vemos temblar las hojas de unos árboles, mientras los que están a su lado esperan a que les llegue el turno. Y si es un vendaval, el aire explota contra nuestros cuerpos como si nos golpearan balas de cañón.

Pero nunca llega el viento con el embate continuo del mar. El aire no está hecho de bloques, ni de muros. El aire se rasga y se enreda en mil senderos. Apareciendo de pronto, sumando sus fuerzas o desvaneciéndose... en el aire. Disfrutar del viento cuando corremos es uno de esos grandes placeres de la vida. Para mí, que lo vengo odiando desde que era pequeño, mi reconciliación con él ha venido siempre al trote.



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