La mayor parte de la gente que hace deporte suele gastar mucho tiempo y
dinero en comprar material para practicarlo. En principio, podría parecer que
los que corremos estamos libres de ese pecado. Al fin y al cabo, correr no es
más que andar rápido (o caerse de forma controlada). Y eso lo podemos hacer
hasta desnudos.
Pero no. También los corredores suelen pasar horas calibrando
zapatillas o discutiendo sobre las bondades de camisetas, mallas o camelbags.
Aunque a mí, la verdad, es que todo eso me aburre infinitamente.
Desde que era muy pequeño me ha gustado el deporte, y a lo largo de mi
vida he hecho de todo. Mal, pero de todo. Escalada, bici, atletismo,
baloncesto, tenis, padel, golf, natación… Hasta llegué a jugar un partido de
fútbol un día con mis amigos.
Pero siempre he sido consciente de que el material no hace milagros
(con tal de que se utilice algo medianamente digno). Una raqueta de grafito
laminado con fibras de kevlar, cordaje de crin de unicornio y empuñadura de
composite nunca ha mejorado mis golpes de forma perceptible.
Hay gente que afirma que sí que se nota cuando utilizas materiales de
última tecnología. Normal. Después de gastarse un riñón en algo, la psicología
más pedestre ya nos dice que le vamos a dar a ese algo todo el valor del mundo.
Pero en mi experiencia más objetiva, lo cierto es que no he notada nunca nada.
Y una de las razones puede que sea que, para notar el cambio, haya que
ser mejor atleta. Recuerdo el caso de un diseñador de ropa deportiva, al que
Killian Jornet le había pedido que redujera unos gramos un chubasquero
ultraligero. Él ya ha llegado a su límite físico. A partir de ahí, cualquier
gramo ayuda.
Pero en mi caso (y somos legión), los gramos los llevamos dentro. Y los
kilos también. Si pensamos que con el último modelo de zapatillas o con unos
pantalones de moda vamos a correr mejor, lo llevamos claro. De hecho, si de
verdad queremos correr más rápido, la mayoría de nosotros lo que tendríamos que
hacer es adelgazar cinco kilos. Y si quisiéramos correr mucho más rápido, diez.
Así sí que batiríamos nuestras marcas… aunque fuéramos en chanclas.
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