martes, 8 de abril de 2014

Sierra de Hoyo



Salir a correr al alba no cuesta lo mismo ahora que en pleno invierno. El fresquito de primera hora de la mañana se agradece en estas fechas en las que sabemos que el sol y el calor del mediodía no van a ayudarnos a disfrutar de una carrera. Así que el domingo salí temprano y con ganas de hacer un recorrido más largo que la semana pasada por los altos de la sierra de Hoyo.

Todo iba de maravilla, hasta que en el único tramo de terreno llano (muy cerca de casa) me torcí el tobillo. Después de cojear durante un rato, y de evaluar la situación, decidí continuar (que me daba pena volver a casa a los cinco minutos de haber salido). El caso es que fue en esa zona en la que también me caí hace un par de años.

Me recordó lo que decía un piloto de carreras: las rectas largas son muy peligrosas, porque te confías y pierdes la concentración. Pues lo mismo cuando vas corriendo por el monte. En los tramos más fáciles te pones a pensar en las Batuecas, y terminas en el suelo. Hoy todavía tengo el tobillo hinchado y dolorido, por lo que estaré una semana parado hasta que mejore.

A pesar de las molestias de correr tres horas con el tobillo tocado, la carrera fue realmente buena. Merece la pena sudar en la subida para disfrutar de las vistas al amanecer. Además, al hacer el tramo empinado al principio, luego te puedes relajar en el largo tramo de bajada hacia Moralzarzal.

Me ha extrañado este año ver que los narcisos de roca han florecido después de los pálidos. Y encima parece que han salido las flores en lo alto de la sierra antes que las de las zonas bajas. Pero el caso es que con esta mezcla de lluvias y buen tiempo parece que va a ser una primavera todavía más florida que la del año pasado.

Además de las bellezas del paisaje, me fui cruzando con un montón de perdices que han sobrevivido a los fríos del invierno y a las escopetas de los cazadores. También vi dos aves raras posadas en una roca, que echaron a volar cuando me acerqué. Parecían algún tipo de anátida, pero no las he podido identificar (graznido de pato, cuello de color canelo y cabeza tirando a blanca).

Sin embargo lo mejor fue cuando en un pequeño vallejo que hay en lo alto volví a encontrarme con los corzos. En este caso eran tres machos que se alejaron sin demasiada prisa entre los jarales. Después de verlos, ya sólo me quedaba terminar la bajada y trotar un par de horas por caminos más civilizados (y mucho menos interesantes).

28,50 km (17,71 millas)
1003 m
3h 23 min (8,42 Km/h)

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