Salir a correr al alba no cuesta lo mismo ahora que en pleno invierno.
El fresquito de primera hora de la mañana se agradece en estas fechas en las
que sabemos que el sol y el calor del mediodía no van a ayudarnos a disfrutar
de una carrera. Así que el domingo salí temprano y con ganas de hacer un
recorrido más largo que la semana pasada por los altos de la sierra de Hoyo.
Todo iba de maravilla, hasta que en el único tramo de terreno llano
(muy cerca de casa) me torcí el tobillo. Después de cojear durante un rato, y
de evaluar la situación, decidí continuar (que me daba pena volver a casa a los
cinco minutos de haber salido). El caso es que fue en esa zona en la que
también me caí hace un par de años.
Me recordó lo que decía un piloto de carreras: las rectas largas son
muy peligrosas, porque te confías y pierdes la concentración. Pues lo mismo
cuando vas corriendo por el monte. En los tramos más fáciles te pones a pensar
en las Batuecas, y terminas en el suelo. Hoy todavía tengo el tobillo hinchado
y dolorido, por lo que estaré una semana parado hasta que mejore.
A pesar de las molestias de correr tres horas con el tobillo tocado, la
carrera fue realmente buena. Merece la pena sudar en la subida para disfrutar de
las vistas al amanecer. Además, al hacer el tramo empinado al principio, luego te
puedes relajar en el largo tramo de bajada hacia Moralzarzal.
Me ha extrañado este año ver que los narcisos de roca han florecido
después de los pálidos. Y encima parece que han salido las flores en lo alto de
la sierra antes que las de las zonas bajas. Pero el caso es que con esta mezcla
de lluvias y buen tiempo parece que va a ser una primavera todavía más florida
que la del año pasado.
Además de las bellezas del paisaje, me fui cruzando con un montón de perdices
que han sobrevivido a los fríos del invierno y a las escopetas de los
cazadores. También vi dos aves raras posadas en una roca, que echaron a volar
cuando me acerqué. Parecían algún tipo de anátida, pero no las he podido
identificar (graznido de pato, cuello de color canelo y cabeza tirando a
blanca).
Sin embargo lo mejor fue cuando en un pequeño vallejo que hay en lo
alto volví a encontrarme con los corzos. En este caso eran tres machos que se
alejaron sin demasiada prisa entre los jarales. Después de verlos, ya sólo me
quedaba terminar la bajada y trotar un par de horas por caminos más civilizados
(y mucho menos interesantes).
28,50 km (17,71 millas)
1003 m
3h 23 min (8,42 Km/h)
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