Una noche hecha para correr. Con la temperatura perfecta, la brisa justa y la luz de la Luna creciente iluminando el campo. Además, en la cena no me había puesto a comer como un gocho, por lo que pude salir con el cuerpo ligero y el ánimo elevado.
Por eso fui más rápido que nunca en ese recorrido, con lo que tiene de bueno y lo que tiene de malo. De lo primero queda el gustillo de sentirse en buena forma, y el lujo de poder correr cuesta arriba (cuando lo normal es arrastrarse). Pero todo tiene su lado malo.
¿Y qué tiene de malo correr rápido? Pues que al final se queda tan sólo en eso, en correr. Cuando lo mejor de ir al trote es poder disfrutar de verdad de la noche, del campo y de dejar volar los pensamientos.
Mientras que si nos ponemos a correr en serio tan sólo queda un recuerdo fugaz del concierto de grillos, de polillas pasando delante del frontal y de un par de jabalíes hocicando entre las jaras cerca del arroyo de Peregrinos.
12,28 km (7,63 millas)
236 m
1h 07 min (11,00 Km/h)
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