Cada uno tiene su hora bruja para correr. Y la mía nunca ha sido por la tarde. Pero es lo que tiene correr a salto de mata, que hay que aprovechar el momento sin ponerse pejiguera. Así que, con el sol ya bajo sobre el horizonte, salí el domingo a dar una vuelta al pueblo. Y ya puestos, también le di una vuelta a las Colinas.
Lo bueno de este recorrido es que me permitía indagar un poco por algún sendero que todavía no conocía. Lo malo es que iba a encontrarme con tres buenas cuestas, de esas que a veces es mejor hacer andando (aunque el prurito del corredor de fondo me lleva siempre a hacerlas corriendo, aunque sea al paso de la burra).
A pesar de que la vuelta a Hoyo fue por el sendero clásico, y de que era domingo por la tarde, casi no me crucé con nadie. Y después vería todavía a menos gente. Además, tras dejar atrás el cuartel, empecé a meterme por senderillos nuevos y aislados.
Por el camino fui cruzándome varias veces con pollos volanderos de rabilargo y de mirlo. Con ese aire desaliñado y desgarbado que tienen, cuando todavía no les han crecido del todo las plumas de la cola. Parecían adolescentes vocingleros (o adolescentes a secas)
Al final, llegué cansado a casa. El recorrido había sido más largo de lo que pensaba. Y en esta época ya no es bueno correr tanto tiempo sin beber (y sin llevar la caldera bien cargada). A ver si no lo olvido para la próxima salida.
22,82 km (14,18 millas)
510 m
2h 21 min (9,71 Km/h)
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