Hacía meses que no corría tan lento. De hecho, si sigo así de despacio terminaré yendo hacia atrás. El caso es que llevo unos días en los que no me encuentro a gusto cuando me echo a correr. Y esta vez no ha sido por el calor precisamente, ya que casi me quedo congelado con el viento frío que soplaba del norte.
Al salir todavía me pesaba la comida, por lo que me lo he tomado con una calma exagerada. Al ritmo que iba, casi podía ver la hierba creciendo debajo de mis zapatillas. Normalmente tardo un rato largo en calentar el cuerpo y acompasar la zancada y la respiración. Pero esta vez, hasta que no había pasado una hora larga no me he sentido un poco ligero. Rápido no, tan sólo ligero.
Para entonces ya me había tragado la mayor parte de la subida a la sierra de Hoyo, siguiendo el camino de Peñacovacha. Y como me encontraba un poco mejor, decidí seguir un senderillo que se adentraba en la zona del Contadero, por encima de la peña Herrera. A los pocos metros me di cuenta de que el campo estaba surcado por decenas de caminillos y trochas abiertas por las motos de campo.
Este pequeño vallejo que se esconde en lo más alto de la sierra es una de las partes más salvajes del parque natural, así que los destrozos causados por idiotas sobre ruedas tienen mayor delito si cabe. Arbustos arrancados, plantas pisoteadas, praderas con la hierba destrozada por el paso de las ruedas, arroyos contaminados... Y luego algunos de estos "deportistas" te quieren convencer de que les gusta el campo.
Después de dejar atrás esta zona de guerra (naturaleza vs. estupidez sobre ruedas), seguí el sendero que recorre la cuerda de la sierra. La bajada, ya anocheciendo, la hice con mucha precaución y disfrutando de la mejor luz del día. Ese momento en el que el sol se cuela por debajo de la capa de nubes que cubre el cielo y lo tiñe todo de color dorado.
21,00 km (13,05 millas)
751 m
2h 43 min (7,73 Km/h)
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