Una vez más he aprovechado la logística del baloncesto de mis hijos para correr un rato. Y en este caso un rato largo. Lo bueno ha sido poder disfrutar de una tarde casi veraniega. Lo malo es que el trote ha sido un suplicio.
Puede que fuera porque he salido a comer con la barriga todavía a media digestión. O por el calor. O por el cansancio acumulado de esta semana. O por la falta de agua. O porque hay días buenos (pocos) y días malos (bastantes). Pero lo cierto es que he empezado jadeando y con las piernas cansadas, y he terminado arrastrándome de mala manera.
En cualquier caso, ahora que vienen días de calor tengo que cambiar mis hábitos invernales y salir ya con una botella. Con menos de diez grados de temperatura aguanto sin agua más de tres horas. Pero la cosa cambia cuando el sol calienta. Y ahora calienta de lo lindo. De hecho los arroyos se están quedando secos por momentos. O llueve pronto o vamos a tener un inicio de primavera polvoriento.
Mientras tanto, cada día son más las plantas que están echando flores. Aunque los primeros romeros empezaron allá por diciembre a pintar discretamente el campo de azul, ahora ya han perdido todo su pudor y se han convertido en bolas repletas de flores. Y los narcisos pálidos han tomado el relevo de los narcisos de roca, formando grupos dispersos de lágrimas amarillas bajo las jaras.
Al final del recorrido, que transcurría por terreno fácil y por el que he pasado cientos de veces, me esperaba una buena ducha y un par de refrescos. Esperando la vuelta de la hija pródiga, después de haber jugado su partido en la otra punta de Madrid.
30,50 km (18,95 millas)
652 m
3h 29 min (8,76 Km/h)
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