Desde el siglo XIX ha habido muchas modas que han impulsado la actividad física por sus beneficios sobre la salud. En esto de correr, más allá del deporte serio, la primera oleada popular llegó a Estados Unidos proveniente de Nueva Zelanda en 1962. Bill Bowerman, entrenador y cofundador de Nike, trasladó a su país las enseñanzas de Arthur Lydiard, otro mítico entrenador, cuando descubrió en vivo y en directo la filosofía del Auckland Joggers Club (el primer club de jogging de la historia).
Esta moda del trote dominguero llegó a España a principios de los ochenta. Sin saber muy bien por qué, eso de trotar en chándal y cinta de felpa en la cabeza se conoció en España como hacer footing.
En esa época, nuestro conocimiento del idioma inglés era todavía realmente muy precario. En España éramos expertos en traducir las cosas a oído de cabrero, aunque parece ser que lo de footing nos vino de otros negados para eso de los idiomas: los franceses.
Pero más allá del nombre, esa nueva religión de "ponerse en forma" venía con su leyenda negra, ya que uno de sus apóstoles había muerto de un ataque al corazón precisamente mientras trotaba. El papel de Jim Fixx en Estados Unidos había sido fundamental para popularizar este "deporte", gracias a su libro The Complete Book of Running.
Lo del footing-jogging ya hacía levantar la ceja a los atletas de la época. Con sus tablas de entrenamiento, sus series cronometradas y su equipación profesional, los corredores de verdad miraban por encima del hombro a estos deportistas de fin de semana.
El footing como moda terminó por desaparecer, o al menos llevo una vida clandestina durante mucho tiempo. Pero volvería otra vez a la carga en 2010, de la mano de otro profeta (el Christopher McDougall de Nacidos para correr). Aunque esta vez nuestro conocimiento del inglés era un poco más decente y mantuvimos el nombre que le daban los yanquis. Y así fue como nos convertimos todos en runners.
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