Estos días con los que acaba el año son un momento tan bueno como cualquier otro para que reflexionemos sobre cómo vemos a los demás. Porque es posible que, en el fondo de la cabeza o del corazón nos encontremos al racismo y la xenofobia, con sus hijos bastardos, los prejuicios y los estereotipos.
Todos ellos nacen siempre de nuestras carencias, frustraciones y complejos. De nuestra ignorancia, nuestra inseguridad y nuestro egoísmo. Y a veces, aunque creamos que nosotros no somos ni racistas ni xenófobos, descubrimos que estos monstruos levantan su cabeza en donde menos se espera.
En el deporte, el racismo tiene una larga y triste tradición y un presente sonrojante. Tan sólo hace falta ir a cualquier partido de fútbol para ver lo que se grita desde la grada a los jugadores de piel oscura.
Uno de los momentos más icónicos de la lucha contra el racismo en el deporte se vivió en México el año en el que nací. El 16 de octubre dos atletas norteamericanos levantaban en el podio sus puños embutidos en guantes negros para reclamar los mismos derechos para todas las personas en su país, independientemente del color de su piel.
Tommie Smith y John Carlos sufrieron luego la ira de muchos en Estados Unidos. Pero tampoco lo pasó bien el tercer atleta que estaba con ellos. El australiano Peter Norman batió ese día su récord en los 200 m. para conseguir la medalla de plata (sus 20.06 segundos siguen siendo los más rápidos de Oceanía todavía hoy).
Él estaba totalmente de acuerdo con el gesto con el que los dos corredores americanos querían defender los derechos humanos. Cuando le contaron lo que querían hacer durante la ceremonia de medallas, les animó a ello y les sugirió que cada uno se pusiera un guante negro en cada mano, ya que sólo tenían un par. Además, le pidió a otro atleta una insignia de la OPHR (Olympic Project for Human Rights) para lucirla él también.
Algo que no le perdonaron en su país. Cuando regresó todos le dieron la espalda, desde su gobierno hasta los responsables de la federación de atletismo australiana. No fue convocado para los siguientes Juegos Olímpicos a pesar de que consiguió la marca necesaria para hacerlo. El racismo en Australia es complejo, profundo y oscuro. Mucho más que la piel de los aborígenes que lo han sufrido durante siglos.
Aunque varias veces se lo pidieron, Peter Norman nunca se retractó de haber apoyado la denuncia del Black Power. Cuando murió en Melbourne en 2006, a su funeral acudieron los otros dos atletas a los que acompañó en la foto más famosa de los Juegos Olímpicos de México. Tommie Smith y John Carlos quisieron rendir un último homenaje al que consideraban un amigo llevando a hombros su féretro.
Mucho tiempo después de lo que pasó en México, realmente mucho tiempo después, el parlamento de Australia le pidió disculpas de forma oficial a título póstumo. Aunque ni siquiera entonces tuvieron la decencia de reconocer de verdad sus propios errores para con un hombre que supo hacer lo correcto, en el momento preciso, sin querer convertirse en protagonista.
A pesar de que Tommie Smith y John Carlos fueron despreciados por algunos a su vuelta a Estados Unidos, también hubo muchos en todo el mundo para los que su gesto les convirtió en héroes. Pero Peter Norman se encontró sin nadie a su lado. Como dijo el propio John Carlos, "Nosotros recibimos una verdadera paliza, pero él tuvo que sufrir sólo el enfrentarse contra todo un país."
Es triste pensar que la actitud de una sociedad racista e intransigente, de un país incapaz de percibir su propia inmoralidad, haya convertido un acto sencillo y honesto en todo un gesto heroico. Que no se nos olvide.
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