Desde la puerta de casa puedo salir a correr directamente por el campo, con muchos caminos y senderos para elegir el recorrido. Subiendo a la sierra de Hoyo; acercándome hasta las charcas; corriendo entre encinas y jaras o por roquedales de granito. No me puedo quejar. Y sin embargo...
Al final lo cotidiano puede terminar por apagar su brillo, así que de vez en cuando viene bien cambiar de aires. Y, aunque lo que de verdad me grita el cuerpo es tirar hacia las montañas, en esta ocasión he preferido optar por un territorio menos complicado. Para poder soltar las piernas y no cruzarme con demasiada gente.
En el recorrido he seguido al Manzanares entre el puente del Grajal y el de la Marmota; volviendo luego por la pista que se hizo durante la Segunda República para acercar la sierra a los madrileños. Un recorrido circular en el que se puede disfrutar de los cañones labrados por el río.
Durante el continuo sube y baja entre los dos puentes tan sólo me cruzado con un buen puñado de buitres leonados y algunos negros en la zona de Peñalvento. En ese sitio, en el que el Manzanares crea un meandro muy abierto y el sendero mira al río desde las alturas, se les podía casi tocar mientras daban vueltas buscando alguna térmica para remontarse.
La soledad se me ha terminado en el puente de la Marmota, que ha demostrado ser una verdadera encrucijada de rutas ciclistas. Por cierto, el nombre tan raro del puente, teniendo en cuenta que por aquí no se han visto marmotas al menos desde la última glaciación, se debe a una alteración de la palabra con la que se designaba al monte que hay al lado. Su forma, y la testosterona de los lugareños, le dieron el nombre de Mamota. Y de aquellos digos vinieron estos diegos.
Tras el puente, nos queda una larga subida remontando todo los que hemos descendido, por lo que en este recorrido hay que dejarse casi todas las fuerzas para la vuelta. Algo que siempre suelo olvidar.
1h 55 min
PS: Ya he oído cantar al primer cuco de la temporada.
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