Es lo que toca en estas fechas. Durante las últimas semanas, y hasta dentro de un par de meses, salgo a correr de nuevo a ciegas. Dando a oscuras las primeras zancadas, y llegando cuando el sol todavía no ha llegado a aparecer en el horizonte.
Por un lado, correr de noche te permite concentrarte más en tus pensamientos, aunque a esas horas la cabeza no esté para muchas disquisiciones filosóficas. Lo peor es que no ves nada a tu alrededor, y trotas casi a ciegas siguiendo el pequeño círculo de luz del frontal.
Cuando a la oscuridad se le suma la niebla, hay veces en las que parece que me muevo dentro de una burbuja que absorbiera la luz. Una especie de agujero negro, como estar corriendo en el centro del universo. Una sensación curiosa, pero nada transcendental. No hay viaje astral, ni descubrimiento espiritual, tan sólo la noche y el frío a mi alrededor. Como siempre, podría ser peor: podría llover.
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