Hace unos días estaba trabajando en el jardín cuando apareció de repente entre las hojas secas un visitante inesperado: una pequeña musaraña que exploraba lo que para ella debía representar un gran reino.
Estos animalillos no son fáciles de ver. Por un lado porque su tamaño los hace pasar desapercibidos. Por otra parte, porque suelen estar más activos al amanecer y al anochecer, cuando el campo no tiene demasiada luz. Y, por último, porque son bastante esquivas y poco dadas a convivir con los humanos.
Pero a pesar de que desaparecía del todo en cuanto se metía entre la hierba, lo cierto es que ésta musaraña no parecía nada tímida. Tan sólo dio un par de saltos cuando me acerqué, y se puso a chillar un poco, pero por lo demás siguió husmeando a mi lado durante un buen rato. Una grata compañía para una mañana soleada.
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