Decía el coronel Kilgore que amaba el olor del napalm por la mañana. Yo, la verdad, prefiero el del campo después de la lluvia. Y con las tormentas de ayer, lo cierto es que olía como nunca. Sobre todo al pasar cerca de las matas de siemprevivas.
Las nubes me acompañaron a lo largo de todo el recorrido, con el sol poniente colándose por debajo de la capa gris que cubría toda la sierra. Y a lo lejos, detrás del Picazo y la Silla del Diablo, se veían los rayos cayendo por Cerceda y el Boalo.
Fue una de las mejores salidas de los últimos meses por Hoyo. Con la luz perfecta, el ambiente fresquito, el suelo esponjoso (pero no encharcado), el aroma del campo mojado y los relámpagos aportando un ligero toque melodramático.
Y al final, con la oscuridad cubriendo ya el camino, la tormenta terminó bajando por las laderas de la sierra de Hoyo y la lluvia me alcanzó cuando ya estaba llegando a casa. Un verdadero placer refrescarse un poco justo antes de acabar una carrera.
12,78 km (7,94 millas)
286 m
1h 17 min (9,96 Km/h)
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