Con lo poco que me gusta el calor tórrido que nos gastamos en Castilla en verano, y lo mucho que afecta a esto de correr por el campo, el caso es que estoy disfrutando de lo que llevamos de estación.
Entre las tormentas que llegan cada pocos días y el vientecillo fresco del norte, da gusto trotar por los senderos locales. Porque lo normal en estas fechas es morirse de calor, con la boca reseca por el polvo del camino y con las zapatillas llenas de pajitas y semillas punzantes.
Así que, antes de que llegara por la tarde una nueva tormenta, aproveché la mañana para subir en dos brincos hasta la sierra de Hoyo. Y fueron dos brincos porque no disponía de mucho tiempo, no porque subiera con paso especialmente ligero.
Esta vez opté por una subida larga y tendida, dejando para la vuelta una bajada a pico desde lo alto del Estepar hasta casa. Y lo cierto es que así se hace más cómodo el recorrido. Porque una vez que coges el ritmillo suave cuesta arriba, te da igual que sean cien metros que un kilómetro.
Una vez más, a pesar de ser domingo y de hacer un tiempo perfecto para salir al campo, no me crucé con casi nadie. Tan sólo un grupo de ciclistas en la pista que corre por el fondo del valle del Peregrinos. El resto fui disfrutando en soledad del paisaje.
Con poca presencia animal por otra parte. Llevo unos días viendo en mis salidas unas mariposas negras con una línea de manchas blancas en las alas. Creo que son del género Limenitis (Ninfas del Bosque), cuyas orugas se alimentan de las madreselvas que han estado en flor hasta hace unas semanas.
Muchas veces son la única compañía con la que cuento cuando salgo a correr. Aunque ayer, antes de subir a los altos de la sierra de Hoyo me crucé con varios conejillos. Porque hasta los bichos parece que han emigrado. Se habrán ido a la playa aprovechando las vacaciones.
17,65 km (10,97 millas)
638 m
2h 09 min (8,21 Km/h)
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