Correr es lo más sencillo, dicen. Y puedes hacerlo cuando quieras, rematan. Y es cierto. Eso sí, siempre que antes hayas atendido a esas pequeñas cosas sin importancia que llamamos vida. Así que a veces toca correr de noche, porque no queda otro remedio. O incluso toca no correr, porque la logística del trabajo y de la familia llena nuestros horarios.
Esta semana las cosas se han complicado y ha tocado no correr. Y hoy he vuelto a trotar con la sensación del que estrena un juguete nuevo. Con ilusión y mucho cuidadito para no romper nada.
La ilusión la he mantenido durante toda la carrera. Pero el caso es que la última media hora he ido arrastrándome despacito con la sensación de que algo estaba pinchándome el gemelo. Era tan sólo el primer aviso de lo que a lo mejor podría convertirse en una lesión. Pero no me ha gustado nada de nada.
Por lo menos el día invitaba a estar al aire libre, aunque fuera al trote cojitranco. Me he cruzado con muchísimos ciclistas por casi todos los caminos y senderos que he pillado. Y una vez más me he dado cuenta de que casi no hay chicas montadas en bici. Pocas, pocas, en las de montaña. Y ya casi ni me acuerdo de la última que vi en una bici de carretera.
Me parece raro. Porque cada vez se ven más chicas corriendo por el campo. Pero lo de montar en bici como deporte parece que no les llama tanto la atención. Y es una pena, ya que es algo realmente divertido. Casi tanto como correr por el monte.
2h 18 min
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