No me importa correr cuando hace calor una tarde de agosto. No me importan el frío, ni la lluvia, ni la nieve. No pasa nada por salir de noche. Y tampoco me importan ni el hielo, ni el barro de los caminos. Pero desde que era muy pequeño siempre he odiado los vendavales.
Así que estos días los he pasado medio escondido dentro de casa. Porque cada vez que pensaba en salir a trotar un poco por el campo recordaba de pronto algo urgente que hacer. Es lo que tiene esto de correr por placer (y no cumpliendo una tabla programada). Que cuando es que sí, es que sí. Pero si realmente no hay ganas, no pasa nada.
Hoy el vendaval se había trasformado en una ligera brisa. Así que ha sido un verdadero placer volver a recorrer los caminos al trote cochinero. Sintiendo el sol y la lluvia en la cara. Y con la sensación de que, aunque vuelva el mal tiempo, ya ha empezado la primavera.
Una sensación que se nota sobre todo con el olfato y el oído. El primero nos deja la cabeza llena de esos olores fuertes del campo cuando se despierta después del invierno. Una mezcla de resina, flores y tierra húmeda. Y con el segundo notamos el coro de pajarillos que cantan como si les fuera la vida en ello. Así que parece que tras unas semanas de otoño y un par de días de frío ya estamos de nuevo mirando al verano. Que no nos pase nada.
1h 38 min
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