Hay estudios científicos que demuestran que nuestro humor mejora cuando paseamos por el campo. Parece que incluso con sólo pensar en un árbol ya mejora la cosa. Pero correr por montañas y bosques nevados, con un sol de invierno iluminándolo todo, es una experiencia que transfigura el alma de cualquiera. Y para saber eso no hace falta ningún estudio.
Hoy ha sido el día más frío de lo que llevamos de año. Pero el sol radiante y la falta de viento invitaban a subirse al pico más alto para admirar el paisaje. Así que he trepado medio al trote y medio a rastras hasta Cabeza Líjar. Y todavía sigo sin bajar de las nubes.
El día era también perfecto para poner a prueba la técnica artesanal que permite mejorar el agarre de unas zapatillas viejas y con la suela gastada. Y el caso es que, con los tornillos recién puestos han dado un resultado espectacular: por la nieve, entre rocas y sobre placas de hielo.
El mayor problema no han sido pues los resbalones, sino los hoyos traicioneros que quedan cubiertos por la nieve. Por eso, en vez de fiarse de las superficies anormalmente lisas por la nieve en los senderos de montaña (más todavía campo a través), tenemos que ir con precaución y esperar hundirnos a cada paso.
Así que, con nieve y por el monte, el movimiento del cuerpo deja de ser el habitual que tenemos en una carrera y se parece más al de un canguro medio borracho. Bonito no es, pero si efectivo. O por lo menos más efectivo que pensar que vamos a pisar siempre igual.
El otro problema hoy ha sido la propia nieve, y su tendencia a rellenar todos los huecos de mis zapatillas. Y, encima, con el frío que hacía se convertía al instante en pequeños bloques de hielo. La única manera de estar caliente era correr todo el rato. Lo que no importaba demasiado. Porque uno de los sonidos más agradables del mundo es el de la nieve recién pisada. Sobre todo en lo alto de una montaña o en el silencio de un bosque nevado.
2h 52 min
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