Hoy lleva todo el día lloviendo fuerte. Y a la hora de comer, cuando he ido a recoger a mis hijos, he visto desde la carretera a dos tipos corriendo por el campo, mojándose de lo lindo. Con la ropa pegada al cuerpo y la cabeza inclinada para evitar el viento en la cara eran la viva imagen de la desolación. Pero no he podido evitar una punzada de envidia.
Porque que el día sea bueno o malo, que las cosas vayan bien o mal, o que la lluvia y el frío sean una tortura o una bendición, dependen al final de cómo miremos las cosas. Y hay veces que la mejor manera de exorcizar nuestros demonios o de vencer un tiempo de perros es sumergirse en el temporal. Aunque sólo sea por aquello de que si no puedes evitarlo, únete a ello.
Así que en cuanto he vuelto a casa he salido a bucear un rato bajo la lluvia. Que oscilaba por momentos entre fuerte o sólo persistente. Corriendo entre charcos y arroyuelos espontáneos que surgían a cada paso. En definitiva, un verdadero placer.
Porque además, la mitad de lo que disfrutamos en estas condiciones es saber que luego vamos a poder relajarnos en casa, con el cuerpo cansado y una sonrisa en la cara. Disfrutando de una ducha caliente y tirándonos en un sillón con la sensación de que nos lo hemos ganado de verdad.
1h 40 min
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