Hace unas semanas pensaba que la racha de calor extremo se podría haber acabado. Pero no. Llevamos ya ocho meses seguidos rompiendo récords. Parece que nos vamos a tener que acostumbrar a otro tipo de planeta. Un mundo sin inviernos, con primaveras breves y veranos enloquecidos. Así que será mejor prepararnos para sudar la gota gorda.
Sin embargo, cuando he subido esta mañana hasta el Montón de Trigo, he pasado muchos menos calor del que esperaba. Sobre todo porque, a pesar del sol, en lo más alto soplaba un vientecillo fresco que se agradecía a estas alturas del año.
Por el camino tan sólo me he cruzado con un par de ciclistas descansando a la sombra de un pino en el puerto de la Fuenfría. El resto del tiempo he podido disfrutar de la más absoluta soledad montañera. Es lo que tiene esto de poder correr entre semana.
Lo que si he tenido ha sido compañía silvestre. Desde unas ardillas que buscaban restos de comida cerca de donde he dejado el coche hasta buitres sobrevolando los picos. Con muchos pinzones, carboneros, herrerillos y arrendajos por el camino.
Del recorrido lo que más destacaba hoy eran las flores de genista que cubren las laderas de las montañas. Con un color amarillo tan brillante que parece falso. Y un fuerte olor a miel que siempre me hace recordar las excursiones de mi infancia por la Najarra. Cuando llegaba por fin el buen tiempo después de la nieve y el frío del invierno. Qué tiempos aquellos.
2h 13 min
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