No ha hecho más que llegar el verano y en cada salida al trote termino ya medio muerto. Además, se hace difícil disfrutar del campo y admirar el panorama con los ojos escocidos por el sudor. O escuchar a los pájaros cuando lo único que oyes son tus bronquios buscando un poco de oxígeno.
Hoy, por ejemplo, lo único que he sentido ha sido cansancio, calor y mucha sed. A pesar de beber por el camino, al llegar a casa me he metido un par de litros más. Y eso que el cielo estaba medio nublado, soplaba un vientecillo del noroeste y, encima, he estado corriendo tan sólo dos horas.
Lo tengo ya muy asumido: yo soy un corredor del norte. O por lo menos de invierno, otoño y primavera. Así que cuando salgo a correr en esta época sueño con praderas verdes y bosques frondosos. Con cielos cargados de nubes y el sonido del viento. Con tormentas y gotas de lluvia mojándome la cara. Incluso con campos nevados.
Pero la realidad para los que vivimos en la meseta Castellana es otra muy diferente. Y eso que todavía no ha llegado lo más duro del duro verano. Cuando soplan esos vientos que llegan del sur, recién salidos de los hornos del infierno, o las gotas de lluvia se evaporan antes de llegar al suelo. Entonces nos daremos cuenta de que no hemos venido a esta vida sólo a divertirnos. Al menos en Castilla durante el verano.
2h 12 min
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