Hoy he vuelto a correr por la Najarra, la montaña en la que aprendí a disfrutar del campo. Cuando era pequeño siempre descubría en cada excursión algo nuevo: una planta diferente, un nido de azor, un senderillo abierto por los animales o una cascada perdida en alguno de sus arroyos.
En sus laderas hay de todo: bosques de pinos y robles, canchales, campos de genista, praderas escondidas y cortados de piedra. Con poca gente que disturbe los sonidos de la naturaleza.
Así que el recorrido ha sido realmente agradable. Rodeando la montaña por el este, desde la base hasta la cima. Y luego trotando un poco por algunos de los escenarios que recordaba de mi infancia: las Chimeneas y el Hoyo Cerrado.
Las Chimeneas de la Najarra son un conjunto de espolones que se yerguen en la cara sur del collado. Allí solía subir hace treinta años para ver los nidos de buitre. Además, recordaba que en uno de los farallones había una placa conmemorativa: "A Nino, sin por ejemplo. 1979 TCM". Al parecer es un homenaje a uno de los pioneros escaladores de Guadarrama, y la pusieron sus compañeros al principio de la vía que lleva su nombre.
Luego he subido otra vez hasta la Loma de los Bailanderos y el collado de Pedro de los Lobos. Desde allí, he bajado directamente hasta el Hoyo Cerrado, un pequeño y escondido valle glaciar tan perfecto en su forma como la Hoya de Pepe Hernando, en Peñalara. Tan sólo quedaba seguir el senderillo que usaban antiguamente para subir el ganado en verano hasta los prados altos.
Abajo del todo, en la pista que da la vuelta al Hueco de San Blas, me he cruzado con varios grupos de paseantes y ciclistas. Lo bueno es que no suelen salir del camino principal. Por eso los sitios que recordaba no han cambiado casi nada desde que los recorrí por primera vez. La única novedad son las cabras monteses que se introdujeron hace unos años. El resto sigue igual.
4h 29 min
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