Hay gente que disfruta corriendo. Hay gente que vive para correr. Hay gente obsesionada con correr. Y luego está Marshall Ulrich. Un yonkie de la carretera. Un tipo que necesita comerse un maratón para empezar bien el día. Un corredor que, cuando participaba en una carrera de larga distancia, prefiere hacerla de ida y vuelta.
La primera vez que oí hablar de él fue al leer Born to Run. En ese libro, Christopher McDougall mencionaba a un corredor que había batido varios records en Badwater. Por ejemplo, recorriéndolo en solitario cuatro veces seguidas (arrastrando un carrito con el agua y la comida).
Pero lo que más me llamó la atención (a mí y a todos) fue saber que el tipo se había hecho amputar las uñas de los pies para que no le molestaran mientras corría (y corría, y corría, y corría). Un personaje realmente peculiar.
Así que cuando vi este libro decidí echarle un vistazo. Y realmente merece la pena. No tanto desde un punto de vista técnico, como para tener la perspectiva de un deportista realmente enfermo. Porque hasta la más saludable de las prácticas puede terminar convirtiéndose en algo pernicioso.
En todos los sentidos. Destrozando el cuerpo, desde luego. Y destrozando también la vida afectiva del que convierte esto de correr en un sinsentido. Algo que reconoce el propio autor cuando cuenta los problemas que ha ido teniendo con sus mujeres y el alejamiento que ha sentido en muchas ocasiones con sus hijos.
Argumento
Después de repasar brevemente su vida familiar y deportiva, Marshall Ulrich cuenta su mayor experiencia corriendo largas distancias: cuando se pateó los Estados Unidos de un lado a otro. Como si fuera Forrest Gump, pero en plan obsesivo-compulsivo.
En otoño de 2008 trató de batir el récord trasncontinental desde San Francisco hasta Nueva York. Un recorrido de casi 5.000 kilómetros. Al final tardó 52 días, seis más que Frank Giannino (que mantiene el récord desde 1980, a pesar de que otros todavía siguen intentando superarlo).
En el libro Ullrich va desgranando los problemas con los que se enfrentó, tanto físicos como logísticos. A lo largo del recorrido tuvo que luchar contra el tiempo (el del reloj y el atmosférico), superar la ruptura con su amigo y compañero de aventura, e incluso esquivar la balas de un granjero ofuscado (América!).
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