Hoy no han hecho falta excusas. Y eso que cuando he comenzado a correr la cosa parecía muy malita. Porque con el cuerpo todavía cansado me ha costado salir de casa y ponerme a trotar. Pero realmente ha merecido la pena. Siempre merece la pena.
Como las piernas no estaban precisamente ligeras he comenzado despacito. Subiendo por el barranco de los Lobos con la misma calma que un jubilado dando un paseo por la playa. Disfrutando de los olores del bosque tras las tormentas de la noche.
La humedad ha intensificado los aromas de resina, de tierra mojada, de la hierba, de las jaras y de las plantas aromáticas. Hay días en los que disfrutamos de la luz o de los colores, otros son los conciertos de los pájaros los que más llaman la atención. Hoy era el olfato el que guiaba mis pasos.
Además, poco a poco la cosa ha empezado a mejorar. Así que he optado por una subida directa hasta la Carrasqueta, viendo que las piernas aguantaban. Y como el día era perfecto para correr he decidido alargar la carrera hasta Abantos.
Lo bueno de este recorrido es que la vuelta es toda cuesta abajo. Larga pero sin problemas. Si me daba la pájara de repente tan sólo tenía que dejarme llevar rodando. Pero no ha hecho falta, porque hay veces en las que después de tres horas corriendo terminamos mejor que cuando empezamos. Misterios dignos de Cuarto Milenio.
3h 18 min
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