Este año estamos disfrutando de un otoño perfecto. Perfecto en el sentido de que está teniendo todos los ingredientes típicos de la estación. Así que lo mejor que podemos hacer es disfrutarlo. Que seguro que el invierno y el frío de verdad están a la vuelta de la esquina.
La lluvia y la niebla han dominado casi toda la semana. Afortunadamente, el lunes tuvimos un amanecer de cielos despejados y luz dorada, perfecto para trotar por el campo. Uno de esos días en los que a la gente le da pena no estar al aire libre.
El resto de la semana, la verdad es que apetecía más estar dentro de casa. Con una manta y una taza de chocolate caliente. Porque los días de niebla y lluvia se hace duro echar a correr.
Pero también es cierto que, una vez que estoy ya trotando en medio del barro, de la lluvia o de la nieve, nunca me he arrepentido de haber vencido los cantos de sirena del sofá o la cama para echarme al monte.
En cualquier caso, ha costado arrancar. Sobre todo porque las primeras zancadas bajo una tormenta son siempre difíciles. Luego es como si se disolviera nuestra costra exterior de adultos y saliera a la luz el niño que fuimos. Entonces es cuando disfrutamos de verdad de los charcos del camino.
Por lo menos no ha habido viento en ningún momento. Porque eso sí que lo he odiado desde siempre. Una brisa se agradece. Pero esos vendavales enfurecidos, típicos de esta época del año, los aborrecía ya cuando era pequeñajo.
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