Después de una lesión a primeros de año; después del confinamiento; después de un verano muuuy relajado; después de otra lesión en septiembre... Después de todo eso, llevo ya casi un par de meses corriendo. Despacito, al trote y resoplando, pero corriendo como siempre a fin de cuentas. ¡Cómo se agradece después de tanto tiempo!
Dicen los poetas que nada se aprecia tanto como cuando nos lo quitan. Y vaya si es cierto. Somos niños malcriados, cansados de todo lo que damos por sentado. Es una pena que demos tanto valor a las cosas extrañas y no a las que nos hacen como somos a diario.
Por eso trato de disfrutar de las cosas que me rodean. Cosas que creemos humildes porque son abundantes, como un pan con aceitunas y queso (la comida favorita de Epicuro). Cosas en las que apenas nos fijamos porque son nuestro paisaje cotidiano, como una puesta de sol o las hojas de un árbol. Dándole también valor a las novedades, pero sólo cuando se lo merezcan y no por el hecho de salirse de común.
En este caso, mis carreras durante las últimas semanas han tenido tanto de novedoso como de habitual. Es lo que tiene correr por los caminos de siempre, después de tanto tiempo. Y con más ganas que nunca!
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